Para elevar al otro hacia una comunicación constructiva, conviene que profundicemos en la
relación positiva que ya existe entre nosotros. Es importante ver lo bueno en el otro, porque
todos tendemos a comportarnos según las expectativas de los demás. En este sentido, aconseja
la sabiduría popular: "Si quieres que los otros sean buenos, trátales como si ya lo fuesen".
Tendríamos que hablar siempre con un sello personal. Cuando los otros escuchan frases
trilladas, hay quien deja de escuchar. No deberíamos olvidar que las palabras —y hasta los
mejores ejemplos— se desgastan con el uso excesivo. Dado que los argumentos a favor de la
vida se utilizan con frecuencia y en tantos contextos, puede ser que dejen de causar impresión.
Necesitamos una fidelidad creativa a principios comunes.
Quien quiere al otro de verdad, no palia ni encubre el mal que éste haya hecho. Intentará
transmitir las exigencias éticas con toda claridad, adaptadas a las circunstancias de cada caso.
No buscará compromisos falsos, porque sabe que ellos no pueden llevar a nadie a una paz
estable. "No es honesto eludir principios éticos elementales —afirman Natalia Horstmann y
Enrique Sueiro—. Hay cosas buenas y cosas malas, y su bondad o maldad es independiente de
consensos. El tabaco no mata porque lo diga la cajetilla…; ni la violencia machista es
aberrante porque la condene el Gobierno. Son realidades dañinas en sí mismas, lo diga quien
lo diga o aunque no lo diga nadie".
El otro tiene derecho a conocer toda la verdad, aun allí donde a primera vista puede resultarle
amarga. Por esto, tenemos la obligación grave de hacerle partícipe de la luz que tenemos,
probablemente por la generosidad de otros. Asimismo, para ganar en sinceridad en cualquier relación humana, es conveniente y necesario
dar a conocer la propia identidad. El otro quiere saber quién soy yo, tal como yo quiero saber
quién es él. Si reprimimos las diferencias y nos acostumbramos a callarlo todo, tal vez podamos
gozar durante algún tiempo de una armonía aparente. Pero en el fondo, no nos aceptaríamos
mutuamente tal como somos en realidad, y nuestra relación se tornaría cada vez más superficial,
más decepcionante, hasta que, antes o después, se rompería.
Si creamos un ambiente de confusión, no ayudamos a nadie. Por esto es preciso exponer la
verdad tan clara e íntegramente como sea posible. Cuando actuamos de esta manera, no
obstaculizamos la amistad sino, muy al contrario, la fomentamos, si guardamos la delicadeza y
el respeto. "No aceptéis como verdad nada que carezca de amor. Y no aceptéis como amor nada
que carezca de verdad. El uno sin lo otro se convierte en una mentira destructora". Estas
palabras, inspiradas en la filósofa Edith Stein, me parecen especialmente aptas para la defensa
de la vida. Toda verdad mezclada con veneno se vuelve, sin más, falsa.
relación positiva que ya existe entre nosotros. Es importante ver lo bueno en el otro, porque
todos tendemos a comportarnos según las expectativas de los demás. En este sentido, aconseja
la sabiduría popular: "Si quieres que los otros sean buenos, trátales como si ya lo fuesen".
Tendríamos que hablar siempre con un sello personal. Cuando los otros escuchan frases
trilladas, hay quien deja de escuchar. No deberíamos olvidar que las palabras —y hasta los
mejores ejemplos— se desgastan con el uso excesivo. Dado que los argumentos a favor de la
vida se utilizan con frecuencia y en tantos contextos, puede ser que dejen de causar impresión.
Necesitamos una fidelidad creativa a principios comunes.
Quien quiere al otro de verdad, no palia ni encubre el mal que éste haya hecho. Intentará
transmitir las exigencias éticas con toda claridad, adaptadas a las circunstancias de cada caso.
No buscará compromisos falsos, porque sabe que ellos no pueden llevar a nadie a una paz
estable. "No es honesto eludir principios éticos elementales —afirman Natalia Horstmann y
Enrique Sueiro—. Hay cosas buenas y cosas malas, y su bondad o maldad es independiente de
consensos. El tabaco no mata porque lo diga la cajetilla…; ni la violencia machista es
aberrante porque la condene el Gobierno. Son realidades dañinas en sí mismas, lo diga quien
lo diga o aunque no lo diga nadie".
El otro tiene derecho a conocer toda la verdad, aun allí donde a primera vista puede resultarle
amarga. Por esto, tenemos la obligación grave de hacerle partícipe de la luz que tenemos,
probablemente por la generosidad de otros. Asimismo, para ganar en sinceridad en cualquier relación humana, es conveniente y necesario
dar a conocer la propia identidad. El otro quiere saber quién soy yo, tal como yo quiero saber
quién es él. Si reprimimos las diferencias y nos acostumbramos a callarlo todo, tal vez podamos
gozar durante algún tiempo de una armonía aparente. Pero en el fondo, no nos aceptaríamos
mutuamente tal como somos en realidad, y nuestra relación se tornaría cada vez más superficial,
más decepcionante, hasta que, antes o después, se rompería.
Si creamos un ambiente de confusión, no ayudamos a nadie. Por esto es preciso exponer la
verdad tan clara e íntegramente como sea posible. Cuando actuamos de esta manera, no
obstaculizamos la amistad sino, muy al contrario, la fomentamos, si guardamos la delicadeza y
el respeto. "No aceptéis como verdad nada que carezca de amor. Y no aceptéis como amor nada
que carezca de verdad. El uno sin lo otro se convierte en una mentira destructora". Estas
palabras, inspiradas en la filósofa Edith Stein, me parecen especialmente aptas para la defensa
de la vida. Toda verdad mezclada con veneno se vuelve, sin más, falsa.
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