Tuesday, July 23, 2013

El valor de la amabilidad


Hay dos formas de mostrar nuestra fuerza en una conversación: podemos empujar al otro hacia
abajo, o tirarle hacia arriba; podemos actuar de un modo destructivo o de un modo constructivo.
Un lenguaje ofensivo, unas palabras sarcásticas, cierta arrogancia, brusquedad, prepotencia y
reproches son ejemplos para una conversación destructiva; producen resistencias y, en
ocasiones, rebeliones abiertas.
No hacen falta habilidades para pisar al otro. Cualquiera puede hacerlo. Se hiere, a veces,
todavía más con la frialdad que con el enfado. Pero el precio es alto. Si discutimos, nos
enfrentamos y contradecimos, creamos distancias. Si nos dejamos llevar por la agitación
interior, terminamos ofendiendo. Alguna vez, podremos lograr algún triunfo. Pero será una
victoria vacía. Una persona forzada contra su voluntad no cambia de opinión. No sale del círculo vicioso en el que se encuentra y, con frecuencia, tiende a sabotear los esfuerzos de quien
la frustra.
Es verdad, la coacción puede evitar, en ocasiones, un mal. Puede evitar, por ejemplo, la muerte
de inocentes. Pero no es un medio adecuado para conducir a una persona hacia el bien. Un
cambio violento, normalmente, no es profundo ni duradero. No se puede forzar a nadie a ser
bueno.
Los chinos dicen: "Quien pisa con suavidad, va lejos". Lo mismo expresa la famosa fábula del
sol y del viento. Ambos discutieron acerca de cuál era más fuerte, y el viento dijo: "¿Ves aquel
chico envuelto en una capa? Te apuesto a que le haré quitar la capa más rápido que tú".
Comenzó a soplar, con una fuerza enorme, hasta ser casi un ciclón. Pero cuanto más soplaba,
tanto más el chico se envolvía en su capa. Por fin, el viento se calmó y se declaró vencido.
Entonces salió el sol y sonrió benignamente sobre el chico. No pasó mucho tiempo hasta que
éste, acalorado, se quitó la capa.
Realmente, la suavidad es más poderosa que la furia. Sólo a través del corazón podemos llegar a
la razón de otra persona. Si ella nos rechaza, no podemos hacer nada. Pero si nota que la
queremos de verdad, que es especial e importante para nosotros, y que deseamos que sea
plenamente feliz, entonces se abre la posibilidad de una relación amistosa, en la que —como ya
hemos visto— cada uno escucha al otro y cada uno aprende del otro.
La amistad surge y se acrecienta cuando rompemos las imágenes que nos hemos hecho de otra
persona. Es una experiencia muy íntima, que necesita tiempo, calma y mucha sensibilidad.
El que ama, da algo de sí mismo, de su propia vida, de lo que está vivo en él. Comparte sus
alegrías y sus penas, sus ilusiones y desilusiones, sus experiencias y proyectos, sus reflexiones
y, no en último lugar, la verdad que ha encontrado; en una palabra: se da a sí mismo. En este

ambiente no es difícil hablar de todo, también de las propias faltas, aunque sean muy graves.

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