El primer día que entré en una oficina de EMC nos dieron algunos consejos, sencillos, pero que no dejan de ser esenciales.
El primero fue que no juzgáramos a las chicas. Nunca. Es algo que nos vamos repitiendo unos a otros durante el voluntariado. Que sólo las queramos, que las queramos muchísimo, y que ellas noten lo mucho que las queremos. Solo son personas que sufren, y es muy importante recordar que están sufriendo, porque nunca es fácil tomar la decisión de abortar. La mayoría de ellas tienen situaciones personales complicadísimas. El otro día, sin ir más lejos, llegó una chica que siempre había estado en contra del aborto, y que hacía una semana se había enterado de que su marido le era infiel. Ahora, estando ella embarazada, quería abortar. Sólo nos pedía que no la juzgásemos, que ella siempre había juzgado a las chicas que habían abortado, y que sin embargo ahora se veía incapaz de tener a su hijo. Lo que quiero decir con esto es que lo único que realmente está en nuestras manos es querer a estas chicas y rezar por ellas. Y no juzgarlas nunca.
Como nos decía una americana que ha vivido unos días en la lifehouse, tienes que hablar con ellas como si fuesen tus hermanas, como si tu propia hermana llegara y te dijera que ha decidido abortar. Y tratarla como la tratarías a ella. A ver si conseguimos hacerlo, porque así seguro que no las juzgaríamos nunca, por nada.
Otro gran consejo fue que tuviéramos siempre presente que nosotros no salvamos a nadie, que si la madre finalmente decide tener a su hijo es ella quien lo está salvando, y Dios. Si tienes esto presente, ni lo que tú haces es brillante, ni es desastroso, porque no está en tus manos.
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