Si deseamos que otro se desprenda, realmente, del error, de la
equivocación, de la fealdad o de
la maldad, y que se abra a nuevos
conocimientos, es preciso entrar en una relación amistosa con
él. Se acepta un consejo cuando
hay confianza. Se sigue a un amigo y a nadie más.
La amistad proporciona un nuevo brillo a
nuestra existencia y hace más amable nuestra vida.
Goethe lo expresa de un modo
poético: "Nuestro mundo parece muy vacío —afirma—, si lo
imaginamos sólo lleno de
montañas, ríos y ciudades. Pero sabemos que aquí o allá hay alguien
que está en sintonía con
nosotros, alguien con quien seguimos viviendo, aunque sea en silencio.
Esto, y solamente esto, hace que la tierra
sea un jardín habitable".
Precisamente ante la masificación
y el anonimato, tan característicos de nuestra época,
necesitamos lugares cálidos,
espacios en los que podamos sentirnos como en casa. Donde hay
amigos, surge la experiencia de
la confianza, la experiencia del hogar. Para muchos
contemporáneos, la amistad es su
hogar y su patria en medio de una tierra sin patria y sin hogar. Quien tiene
amigos de otros partidos políticos, otras profesiones, religiones y
nacionalidades, es
una persona dichosa. Se le abre
un mar sin orillas. Tratando y queriendo a la gente más variada,
se amplía su mente y se ensancha
su corazón. Recibe mucho y entrega
mucho. Es quien mejor
puede orientar a los que parecen
estar en una situación sin salida.
Por supuesto, la amistad no se
puede forzar. Es un don de lo alto. Pero podemos capacitarnos
para recibir este don.
No comments:
Post a Comment