Hace algunas semanas, cuando todavía estábamos trabajando como voluntarios en Detroit, MI, recibimos una mala e inesperada noticia.
Todo empezó cuando conocimos a una chica de 16 años en una de las clínicas abortistas de Detroit. Estuvimos hablando con ella y con su madre y conseguimos convencerlas de que no abortaran. Las acompañamos a casa en coche y estuvimos con ellas toda la tarde. Nos explicaron toda su historia y nos pidieron ayuda para pagar algunas de sus facturas. Fuimos un par o tres de veces a su casa para llevarles comida, ropita para su otro bebé y unos colchones que les faltaban (son muchos miembros en su familia y no tenían camas para todos). La verdad es que nació una relación muy bonita entre nosotros y nos llamaban para cualquier cosa que necesitaban. Hasta que un día, nos llamaron para contarnos que había tenido que ir al hospital de urgencia porque había empezado a sangrar. Cuando llegó al hospital y la atendieron, le dijeron que había perdido al bebé. Todos nos quedamos muy impresionados, de hecho, no podíamos creerlo. Tanto la madre de 16 años como la abuela estaban muy tristes y les propusimos enterrar al bebé y hacer un pequeño funeral. Ellas aceptaron y así lo hicimos. Realizamos una pequeña ceremonia y pudimos enterrar al bebé. Nunca olvidaré ese momento, pero como mínimo podemos estar tranquilos porque sabemos que ese niño ahora está en el cielo.
Mireia Oter
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