Según Sócrates, no conviene enseñar nada a nadie. El gran maestro conducía a sus
contemporáneos sabiamente a verdades que ellos mismos encontraban. Su método refleja un
conocimiento hondo del corazón humano. Muchas veces, realmente, estamos más convencidos
de las verdades que hemos descubierto por cuenta propia, que de aquellas que otros nos sirven
en bandeja de plata.
En la psicología se habla —análogamente— de la "intención robada": si quiero hacer algo —
incluso con mucho afán—, y otra persona me dice que debo hacer justamente esto, puede ser
que disminuyan mis ganas. Me siento un mandado, no el protagonista de la obra. A nadie le
agrada recibir órdenes sobre cosas que ha decidido hacer.
Así, conviene apelar a los motivos más nobles del otro y ayudarle a que él mismo quiera realizar
el bien o arrepentirse del mal. Él mismo puede y debe decidirse a salir del pozo en el que ha
caído. En la proximidad de un amigo, esto es posible. Junto al amigo, una persona puede entrar
en relación con su auténtico yo; puede percibir lo sincero y lo verdadero en su propio corazón.
Puede sentirse como envuelto en el aire de la montaña, gracias al cual puede respirar de forma
diferente a como lo hace normalmente; y ese aire le lleva a entrar en contacto con lo más
sublime y elevado que hay en él.
Nuestra tarea consiste, sobre todo, en poner al otro en relación con sus sentimientos más íntimos
y auténticos, y en incitarle a expresar los silenciosos impulsos de su corazón. Podemos
asegurarle nuestra cercanía, echarle una mano y transmitir la creencia firme de que el camino
hacia la salvación es viable.
Un buen amigo da ánimo, luz y esperanza, aunque la noche sea oscura. Ayuda al otro a salir de
una depresión, después de una gran caída. Le da valor para levantarse, y fuerza para asumir la
propia culpa —con todas sus consecuencias—. Y, no en último lugar, le despierta la ilusión de
decidirse, nuevamente, por la vida. Un proverbio japonés afirma: "Con un amigo a mi lado no
hay ningún camino que sea demasiado largo".
contemporáneos sabiamente a verdades que ellos mismos encontraban. Su método refleja un
conocimiento hondo del corazón humano. Muchas veces, realmente, estamos más convencidos
de las verdades que hemos descubierto por cuenta propia, que de aquellas que otros nos sirven
en bandeja de plata.
En la psicología se habla —análogamente— de la "intención robada": si quiero hacer algo —
incluso con mucho afán—, y otra persona me dice que debo hacer justamente esto, puede ser
que disminuyan mis ganas. Me siento un mandado, no el protagonista de la obra. A nadie le
agrada recibir órdenes sobre cosas que ha decidido hacer.
Así, conviene apelar a los motivos más nobles del otro y ayudarle a que él mismo quiera realizar
el bien o arrepentirse del mal. Él mismo puede y debe decidirse a salir del pozo en el que ha
caído. En la proximidad de un amigo, esto es posible. Junto al amigo, una persona puede entrar
en relación con su auténtico yo; puede percibir lo sincero y lo verdadero en su propio corazón.
Puede sentirse como envuelto en el aire de la montaña, gracias al cual puede respirar de forma
diferente a como lo hace normalmente; y ese aire le lleva a entrar en contacto con lo más
sublime y elevado que hay en él.
Nuestra tarea consiste, sobre todo, en poner al otro en relación con sus sentimientos más íntimos
y auténticos, y en incitarle a expresar los silenciosos impulsos de su corazón. Podemos
asegurarle nuestra cercanía, echarle una mano y transmitir la creencia firme de que el camino
hacia la salvación es viable.
Un buen amigo da ánimo, luz y esperanza, aunque la noche sea oscura. Ayuda al otro a salir de
una depresión, después de una gran caída. Le da valor para levantarse, y fuerza para asumir la
propia culpa —con todas sus consecuencias—. Y, no en último lugar, le despierta la ilusión de
decidirse, nuevamente, por la vida. Un proverbio japonés afirma: "Con un amigo a mi lado no
hay ningún camino que sea demasiado largo".
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