Saturday, August 10, 2013

Actitudes (parte 2)

Humildad
El "defensor de la vida" está dispuesto a oponerse —contra viento y marea— al mal en nuestro mundo. Por esta causa, vale la pena perder el prestigio social y gastar hasta las últimas energías.

 Sin embargo, tenemos que reconocer que todos somos débiles y podemos cansarnos. Todos participamos en el mal. Durante la II Guerra Mundial, el escritor trapense Thomas Merton afirmó con contrición, desde América: "Que cada uno reconozca su propia gran culpa, ya que todos somos, de algún modo, culpables de esta guerra... Nosotros somos un árbol del cual Hitler es uno de sus frutos, y todos le alimentamos".

Según uno de sus biógrafos, Merton sabía muy bien "que el pecado, el mal y la violencia que veía en el mundo, era el mismo pecado, el mismo mal y la misma violencia que había descubierto en su propio corazón... La impureza del mundo era un espejo de la impureza en su propio interior". En la soledad y en el silencio, Merton tomó conciencia de que en él vivía la humanidad entera, con toda su miseria, pero también con su anhelo de amor: encontró el mundo en su propio territorio.

Estas experiencias nos invitan a mirar hondamente la condición humana, y a hacer menos radicales nuestros juicios sobre situaciones complejas. No hay sólo dos colores, el blanco y el negro: el mundo no está lleno de pecadores, por una parte, y de mártires que mueren cantando, por otra.

Este hecho lo ilustró Juan Pablo II en su visita al campo de concentración, en Auschwitz. Cuando el papa entró en ese lugar de espanto, donde habían muerto muchos de sus amigos y compañeros de la infancia, no dio ningún sermón, ninguna amonestación. Comenzó a rezar la oración del "Yo confieso" pidiendo perdón a Dios por sus propios pecados.

Todos estamos profunda y personalmente involucrados en los acontecimientos de nuestro mundo. Si aceptamos humildemente este hecho y miramos al centro más íntimo de nuestro ser, podemos mejorar, al menos, una pequeña porción de la sociedad, de la que formamos parte. Y entonces podemos ver, con ojos más limpios, que, aparte de todos los errores, hay mucho bueno y bello en los demás.

Se cuenta que el general Robert Lee habló, en alguna reunión, en los términos más elogiosos sobre algún oficial bajo su mando. Otro militar que estaba presente quedó atónito: "General — le dijo— ¿no sabe que el hombre del que habla con tanta admiración es uno de sus peores enemigos, que no pierde ocasión de denigrarle?" "Sí —respondió el general Lee—. Pero me pidieron mi opinión de él, no la opinión que él tiene de mí".

Sólo cuando luchamos por ser sinceramente humildes, existe la posibilidad de que otra persona nos abra su corazón. A veces conviene hablar primero de nuestras propias faltas, de los propios errores. El sabio chino Laotse dijo hace 25 siglos: "La razón por la cual los ríos y los mares reciben el homenaje de cien torrentes de la montaña es que se mantienen por debajo de ellos. Así son capaces de reinar sobre todos los torrentes de la montaña". De modo parecido tendría que actuar quien quiere transmitir una verdad: debe colocarse debajo de los hombres. Así, los otros no sienten su peso, y no toman sus palabras como insulto.

Aparte de ello, cada hombre es, realmente, superior a nosotros en varios aspectos. En este sentido, podemos aprender de todos. 

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