El
pasado miércoles, tuve un caso aparentemente sencillo que acabó en un turn
around. La mujer, que dio positivo en el test de embarazo, era de origen latino
y tenía 27 años.
En
aquel momento, estaba de once semanas y, aunque llegó indecisa, finalmente se
decantó por quedarse con el niño sin pensárselo mucho porque le ofrecí toda la
ayuda posible. Le dí mi móvil para que viera que estaba a su entera
disposición.
Sin
embargo, al día siguiente, me mandó un mensaje comunicándome que no podía
hacerlo, que su situación familiar no le permitía quedarse con el bebé. Fue una
decisión repentina, e influenciada en gran parte por su marido, que me
transmitió como si yo fuera una amiga.
Desde
entonces, todo fue muy rápido. Intercambiamos al menos una treintena de
mensajes en apenas dos días. Yo intenté convencerle por todos los medios de que
no abortara con palabras cariñosas, pero lo curioso fue que, a pesar de
resistirse continuamente a la idea de quedarse con su hijo, en ningún momento,
quiso cortar el contacto y dejar de informarme. Yo creo que en realidad no
quería hacerlo. Pero, finalmente, el demonio ganó la batalla. Ayer al mediodía
lo hizo. Sin embargo, me consuelo pensando en que lo más probable es que no
vuelva a abortar por todo lo que le he dicho y lo que sufrirá.
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