Esta semana vino a la oficina del Bronx una mujer con su bebe de 10 meses. Estaba embarazada. El hermano del niño tenía 23 semanas. Mientras Lorena hacía counseling con la madre, yo me quede jugando y cuidando al bebe.
Les escuchaba de lejos y podía oír las razones por las que quería abortar a su hermanito. Yo miraba a su hijo y, me preguntaba, que diferencia había entre él y su hermano, al que todavía le quedaban 17 semanas para decir hola a su mama.
Es un momento muy duro ver como una madre prefería deshacerse de su hijo a tenerlo y cuidarlo o, dárselo en adopción a una familia que podría darle el cuidado y cariño que ahora se le negaba. Muchas veces me pregunto como serían las cosas si el vientre de las mamas fuera de cristal y todos pudiéramos ver como se van desarrollando esos futuros médicos, bomberos, repartidores, profesores...
Como católicos no nos podemos dar por vencidos. Tenemos que rezar mas que nunca por el fin del aborto y, hoy especialmente, por esta mama y su hijo para que Dios le toque el corazón y decida abrazar el don de la vida.
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