La vida de todo ser vivo generado por medio de la reproducción sexual
comienza con la fecundación del gameto femenino por el masculino, es decir, con
la formación del zigoto. En ese momento aparece un nuevo ser de la misma
especie que sus padres, cuya dotación genética (el ADN) es diferente del de sus
padres y del de cualquier otro ser vivo de esa especie, excepto en el caso de
gemelos idénticos. Este nuevo ser vivo conservará la misma dotación genética
desde ese instante hasta su muerte. Por eso se protegen los huevos de las
tortugas marinas y de otras especies en peligro, porque son individuos de esas
especies.
En todas las especies de seres vivos que no pasan por etapas de
metamorfosis (lo que incluye a todos los reptiles, aves y mamíferos y, por supuesto,
al hombre) no hay solución de continuidad en el desarrollo desde el zigoto
hasta la muerte. Las fases que acostumbramos distinguir en el desarrollo de los
seres humanos (embrión, feto, neo-nato, niño, adolescente, adulto y anciano)
son arbitrarias y sin solución de continuidad. Ni siquiera lo es el parto, que
anatómicamente consiste en el corte de un vaso sanguíneo (fisiológicamente
tiene también otros efectos). De lo que no cabe duda es que, en todas esas
fases, de principio a fin, se trata del mismo individuo.
En todos los mamíferos placentarios (incluido el hombre), la primera fase
de la vida del nuevo individuo tiene lugar dentro del cuerpo de la madre. El
periodo del embarazo es equivalente y sustituye al desarrollo dentro el huevo,
que en los reptiles y las aves tiene lugar fuera de la madre. En ambos casos,
la maternidad comienza en el momento de la fecundación, no en el del parto, que
corresponde a la ruptura de la cáscara del huevo.
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